
Corría el año 1817 de nuestro Señor en Noguera, un pueblo serrano de la Comunidad de Albarracín. Era un día de primavera...
Con las primeras luces del alba, la familia Polo, también conocidos en el pueblo como "Los Cazuelos", iniciaba su jornada. Rosa, la hija única, echaba avena, paja, alfalfe y pastura a los animales en la cuadra: tres gorrinos, varias gallinas, algún conejo y un par de machos. Su madre, Jerónima, preparaba las sopas con leche de cabra para el desayuno y los almuerzos a base de pan, longaniza, güeña, costilla y algo de lomo para una larga jornada de trabajo en el campo. Teodoro, su padre, se afanaba en preparar el yugo y el aladro tensando la telera, la chaveta y el pescuño y ensartando los pasadores y lavijas para arar los huertos.
Era una mañana fresca y soleada. Rosa se dirigía ya hacia los pastos del barranco de Dos Aguas y el Portichuelo con una docena de ovejas, una par de cabras y su perrita. Ataviada con saya gris clara, camisa blanca, faltriquera a rayas, albarcas de cuero, garrote de avellano, manta y un morral con el almuerzo, ascendía por el camino del molino siguiendo el curso del río. Al llegar al pie de la Peña del Horcajo, se encaminó hacia el barranco de los Pradillos acompañada por el trino nupcial de los pajarillos y el murmullo de un arroyo de aguas crecidas por las abundantes lluvias de Abril. Un cielo azul intenso adornado de blancas nubes contrastaba con el verde de los prados y los árboles y el gris dorado de los borrocales y los peñascos de las cumbres iluminados por el sol.
Rosa tenía 18 años y un carácter alegre pero firme y resuelto. Unos ojos azules como el cielo y un pelo de color rojizo arenisca adornaban su luminoso rostro juvenil. Su sonrisa tenía encandilados a todos los mozos del pueblo que soñaban con hacerla su maya. Su cuerpo esbelto y juvenil había florecido cual rosa en Abril criada.
Aquella mañana primaveral algo misterioso se movía en sus entrañas. La caricia del aire sobre su piel le causaba un dulce rubor. Sus ojos brillantes y sus mejillas sonrosadas se sumaban a la sinfonía de belleza natural que brotaba por doquier. Se sentía radiante y con ganas de gritar al viento su felicidad. Al llegar a la fuente del Portichuelo apenas notó la presencia de un rebaño pastando en la pradera. De repente, un tosco saludo pastoril que surgía a sus espaldas la devolvió a la realidad.
-¡Ieeeh! Rosa linda. Estoy tumbado aquí, detrás de ti.
-Liborio, me has dado un susto de muerte. No te había visto.
-Te vi subir por el camino y guarde silencio para darte una sorpresa. Ja, ja, ja.
-Pues no me hace ninguna gracia. Eres un bruto.
-No te enfades mujer. Solo quería que me prestaras un poco de atención. Llevo mucho tiempo queriendo verte a solas. Cada año sueño que me tocas de maya y amanecemos juntos. Hoy estás más bella que nunca. Ven aquí y siéntate conmigo que mi murueco ya se encargará de tus cabras.
Rosa, sin entender su comentario, se sentó junto a Liborio guardando cierta distancia para evitar el hedor a suciedad que desprendía su cuerpo y evitando su mirada de animal en celo que le intimidaba. Era mozo entrado en quintas de modales toscos que disfrutaba emborrachándose y jugando a las cartas con los amigos mientras proferían toda clase de brutalidades y blasfemias.
Tras varios intentos de aproximación de Liborio, la joven decidió levantarse para alejarse de él. Pero al instante sintió como que la cogía por los hombros arrojándola bruscamente al suelo. A continuación, aprisionándola con sus piernas, le levantó las sayas dejando al descubierto sus inmaculadas partes secretas. Gritó horrorizada al ver como Liborio, cual bestia enfurecida, arremetía contra ella causándola un gran dolor y espanto.
Consumado el estupro, Liborio huyó al monte aturdido por su arrebato. Rosa permaneció junto al manantial durante varias horas llorando de rabia y de dolor. Sus lágrimas fundidas con el agua del manantial y teñida con virginal sangre, fluían barranco abajo susurrando al viento su desgracia. Varias veces había reparado en el apareamiento de las bestias pero nunca pensó que eso fuese un acto tan desagradable, violento y asqueroso como el que acababa de sufrir. Presentía las consecuencias pero deseaba con todas sus fuerzas que eso no le ocurriese a ella. No sabía que hacer. Si decírselo a su madre u ocultarlo para siempre para evitar la vergüenza. Pero el solo hecho de pensar que Liborio volviese a hacerlo, la decidió a denunciarle y buscar su castigo.
Esa noche, habló con sus padres de lo sucedido y cual fue su sorpresa al conocer su reacción. Tras la rabia y la condena por lo ocurrido, resolvieron animarla a que se casara con Liborio para evitar la vergüenza de la familia.
-¡Eso nunca! Nunca me casaré con esa bestia inmunda que me ha poseído con brutalidad y que me ha robado la inocencia. Lo odio. Lo desprecio. Me da náuseas. Preferiría morir antes de volver a estar a solas con Liborio.
La misma escena se repitió al conocerse su embarazo unas semanas después, esta vez, en presencia también de Alejandra y Casimiro los padres de Liborio, apodados "Los Garrabases”. En un intento de convencerla, la afligida familia del profanador, ofreció a la pareja una dote de casamiento consistente en 15 ovejas, 5 fanegas y una casa en la Puerta Falsa. Liborio, hechizado de los encantos de Rosa, le suplicó perdón y le prometió reparación incondicional por su pecado para que accediera a casarse con él.
Pero nada pudo convencer ni consolar a Rosa que finalmente acudió al juez de Noguera, su tío Ambrosio Pascual (El Rochito), para poner una denuncia por violación.
El juicio tuvo lugar el 25 de Enero de 1818 en presencia del Sr. Juez, del alcalde de Noguera, Bartolomeo Casas (Cantincao) y el secretario Emiliano Hernández (Monterdino), que tras recomendar una solución de arreglo mediante casamiento y ante la obstinación de Rosa, resolvió abrir el sumario. Liborio reconoció su culpabilidad y fue condenado a compensar a la madre con 5 corderos y la producción de 5 fanegas al año hasta que el niño tuviese mayoría de edad.
Liborio arrepentido por su acto, ahogaba en el alcohol la pena del desprecio de todo el pueblo y de su propio hijo. Un día, no pudiendo soportar su vergüenza por más tiempo, abandonó Noguera para siempre.
Rosa no volvió a conocer a ningún hombre. Dedicó su vida al trabajo y al cuidado de su hijo Cirilo que creció sano y fuerte. Siendo ya mayor, fue agricultor como sus abuelos y construyó una nueva fuente en el lugar de su forzada concepción, denominándola Fuente de la Rosa. Cuentan que en ella manaba el agua más dulce, limpia y pura de toda la Sierra, como queriendo rememorar la inocencia perdida por la doncella de Noguera.
Fuentes documentales
Los hechos descritos están novelados por NogueraNaturalmente pero tienen una base verídica basada en la documentación judicial recogida por el abuelo de Agustín Yuste Giménez de los archivos municipales antes de su destrucción durante la Guerra Civil y descritos en su obra “Historia de la Fuente de la Rosa”, publicada en 2001.
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