
Miguelón era un hombre tranquilo, bondadoso, a veces incluso podría parecer un poquito tonto, quizá por eso la historia le trató tan mal. La historía oficial lo trató como a un bandido cruel, unido al maquis a causa de su idea política.
Vivía en el pueblo desde siempre, y fue bien conocido por todos, casó con una moza, Carmina, que conoció en una romería lejos de allí, y quedaron a vívir en el pueblo.
Su hacienda, como casi todas las de aquella época, era escasa, un par de vacas, algunas cabras y un macho, las consabidas gallinas y algunas tierras que utilizaba de pasto y de huerta. Mucho trabajo y poco beneficio, pero con esfuerzo daba para ir tirando y a lo mejor para dar estudios a las dos hijas que tuvieron.
Miguelón, volvió un mal día del puerto, donde mantenía sus cabras, antes de lo previsto, ya que el lobo había hecho de las suyas y le había matado un par, una la comieron los lobos, pero la otra no les dio tiempo gracias a la escopeta, y ahora traía el animal a casa para desollarlo y aprovechar todo lo que pudiera.
El tampoco vivía dentro del pueblo, su casa estaba unos doscientos metros antes, y a aquella hora sus hijas estarían en la escuela.
Al acercarse a la puerta, oyó voces dentro, y vio el paraguas del vecino casado con la mujer más rica y fea del pueblo apoyado en el quicio de la puerta. Dejó la cabra en el suelo y entró, lo que vio no dejó lugar a dudas.
Al verlo ambos amantes se sobresaltaron, si bien, Carmina no parecía participar de buen grado, pero el hombre acostumbrado a esas lides se rehizo pronto y conociendo la proverbial bondad de Miguelón, trató de disimular lo obvio con frases estupidas, mientras ambos se componían la vestimenta riendo nerviosamente.
Algo nubló la mente de Miguelón, cogió la escopeta que todavía llevaba al hombro y le descerrajó dos tiros al hombre adultero, uno en la entrepierna y otro en el pecho que lo mandaron al reino de Lucifer por vía de urgencia.
Carmina, no dijo nada, se encogió en un rincón y empezó a sollozar. Miguelón, cogió cartuchos para la escopeta, un poco de comida y sin decir una palabra se marchó al monte.
La Guardia Civil, que se ocupó del homicidio, lo puso en busca y captura, pero el honor de la casa rica y católica del pueblo no se podía mancillar y a instancias del cura y el alcalde, no se hizo mención alguna a la causa del crimen, sino que se achacó a motivos políticos y de venganza de Miguelón, que a todas luces pertenecía al bando republicano de la reciente guerra civil.
Así pues, Miguelón se convírtió en un Maqui, huido al monte y buscado con ferocidad para cobrar la recompensa.
Los vecinos del término, que conocían la historia no creyeron nada de la versión oficial, pero llegaron las contrapartidas que nada querían conocer, solo querían darle caza como a un perro.
Sus vecinos, nunca admitían haberle visto, y se estableció una complicidad entre el huido y los vecinos. Este cuidaba el ganado en los puertos, segaba los prados altos, y vigilaba los rebaños, y los vecinos le traían noticias de casa, ayudaban a Carmina con las hijas y le daban algo de comida cuando podían.
Iban pasando los meses y los años, y la leyenda se diluía en el tiempo, cada vez se le veía menos, los que le veían decían que las barbas le llegaban a la cintura y el pelo también, que la dureza de los inviernos en el monte lo habían avejentado; y los que hablaban con el pensaban que se estaba volviendo loco. Pero aún así, los favores mútuos entre vecinos y Miguelón, continuaban.
Ya casi no le buscaban, pero cada vez mas por parte del estamento oficial, se hacía correr la voz de que el ganado que desaparecía en el monte lo mataba él, que robaba en las casas aisladas y mil delitos más que se le atribuían.
Con doce años lo conocí, yo estaba en mi cabaña después de haber pasado el día con mis cabras y algunas vacas cerca del pico, ya había cenado y había acostado en un jergón de paja que tenía al fondo de la cabaña, me había cuidado mucho de apagar la lumbre, para que ninguna chispa prendiera en mi cama. Dormía, cuando un aumento de luz me sobresaltó, pensando que había fuego, allevantarme vi a un hombre agachado junto a la lumbre, avivándola. Llevaba ropa muy vieja, con una barba entrecana que le llegaba al pecho y con una larga melena, sus ojos hundidos en las cuencas, con el titilar de las llamas le daban un aspecto feroz.
Me eché a temblar, el me dijo con voz grave, "yo se quien eres, ¿sabes tú quien soy yo?", yo sin dejar de mirar el cuchillo que llevaba al cinto, le respondí que sí con la cabeza. De nuevo me preguntó "¿Sabes lo que cuentan de mí?". Asentí otra vez con la cabeza, y el sonriendo me dijo "No tengas ningún miedo, todo lo que dicen es mentira, solo quiero algo de cenar, un poco de leche, algo de chorizo o un poco de pan, me lo comeré y luego me iré".
Le di lo que tenía, y mientras el comía yo le observaba y escuchaba, "no debes decir a nadie que me has visto, solo se lo puedes decir a tu padre, no es por miedo, yo ya llevo doce años en el monte y más mal no me pueden hacer, pero a tí si saben que me has visto te lo harán pasar mal". Terminó su cena y se marchó, no lo volvi a ver nunca más.
Sé que algunas veces y sobre todo en las fiestas del pueblo, bajaba hasta una cuadra que esta un poco por encima de la plaza y desde allí nos contemplaba a todos, pero sobre todo a Carmina, y a sus hijas. Y quizá en alguna ocasión habló con sus hijas cuando iban camino del colegio, pero ellas nunca lo admitieron.
Cinco años después, un vecino de un pueblo cercano, lo mató de un tiro en la espalda, cuando lo encontró desprevenido bebiendo en la fuente alta, cerca del pico dellobar, solo lo hizo por cobrar la recompensa, que ya era exigua. Al año siguiente aquel vecino se marchó a vivir a Teruel y nunca volvió al pueblo.
Sus hijas se casaron y se fueron también, y Carmina murió sin haber vuelto a hablar con su padre.
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Para ilustrar la reciente historia de los maquis acabo de incluir, he rescatado un cuento, mejor dicho, un relato costumbrista inspirado en tantas historias similares que ocurrieron tras la guerra en pueblos serranos como el nuestro castigados secularmente por el caciquismo y la represión política, hoy simplemente olvido.
Un pueblo que olvida su historia, está condenado a repetirla, un pueblo que la ignora, está condenado a desaparecer.
ResponderEliminarMe ha gustado mucho. Un saludo.
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