Juaquina Valero nace en Mollet de Valles (Barcelona) en 1926, donde sus padres, naturales de Noguera, eran emigrantes.
A los 6 años de edad sus padres regresan a Noguera. A los 9 años, le sorprende la guerra civil española y su familia se ve obligada a emigrar de nuevo junto con otras gentes del pueblo, esta vez huyendo del ejercito nacional que invadió la Comarca de Albarracín. "¡Ay Manuel, cuantas cosas he tenido que ver aquí mismo durante la guerra!", dijo señalando la plaza de la Iglesia que nos contemplaba yerática al otro lado de la ventana.
Tras un largo peregrinar caminando por los montes y refugiandose en parideras y pequeños pueblos de paso, comiendo de lo que encontraban, llegan a Salinas del Manzano donde se refugian por un corto tiempo. Luego son conducidos a Valencia en camionetas para alojarse acinados provisionalmente en la Iglesia Isabel La Católica. Desde ahí les trasladan a Santa María Magdalena de Pulpis (Castellón), donde se establecen hasta el final de la guerra. Juaquina cumplió los 13 años de edad alli, a medio camino entre la escasez, la incertidumbre y la inocencia de un niño que disfruta con cualquier cosa. Era lo que había. Poder comer y jugar ya era un privilegio.
De regreso a Noguera, se encuentran el pueblo en condiciones desoladoras con casas derruidas o saqueadas, sin puertas ni ventanas, sin cosechas, y, por si fuese poco, sus pocos ahorros en dinero republicano ya no valía. Ante esta situación, sus padres deciden colocarla como trabajadora en el campo con una familia conocida en Pinseque (Zaragoza) a cambio del sustento y 20 pesetas al mes. Sin padres, ni hermanos, ni amigos, ni otra ropa que la puesta, Juaquina se sacude la pena trabajando y consigue el cariño de su ama, Patrocinio, a la que recuerda con agradecimiento por las muchas cosas que le enseñó.
“Esparrago Asubido”, como la llamaban cariñosamente en Pinseque por su delgadez y esbeltez, deja la casa de Patrocinio a los 18 años de edad y comienza una etapa de casi 10 años de peregrinación trabajando en Silla (Valencia) , Barcelona y Cornellá (Barcelona). Finalmente, con 30 años, llega a una casa en Barcelona donde se queda 14 años sirviendo a una familia acomodada.
Allí ve nacer a los dos hijos de la señora y los cría con el mismo mimo que hubiera criado a sus propios hijos que nunca tuvo. Con su “maña”, disposición al trabajo y dulzura pronto se gana el cariño de la familia que la trata como una más. “Buena gente, los catalanes, Manuel. Tardas un poco en recibir su confianza, pero cuando la tienes, es para toda la vida y.. qué buenos y honrados son." Sí, Juaquina´- le dije-. Yo también tengo la fortuna de haber conocido muy buenas gentes en esa tierra que actualmente acoge a mi hija con la hospitalidad que a ti también te dieron en esa casa.
Después de 37 años de haber regresado a Noguera, su familia adoptiva, como ella los considera la continúan visitando cada año. “Ya soy abuela, Manuel. Fíjate qué cosas. Yo que no pude tener mis propios hijos”. Con ilusión me muestra las fotografías de la última visita de su ahijado José Luis. "Qué guapos son, verdad" dice con orgullo de madre y abuela.
La conversación transcurre por los terrenos del recuerdo donde hubo cabida para el amor de un buen hombre, decepciones familiares que traspasan el alma como puñales, la alegría de regresar a Noguera (la tierra que vio nacer a su familia y a su esposo), la pena de no haber podido tener hijos, la ilusión de construir su primera casa, donde aún vive, y la profunda pena de perder a su compañero en 2001. Muchas sonrisas y alguna lágrima.... Podría haber sido al revés si Juaquina no fuese una mujer tan positiva.
Actualmente, la “judía”, como la llama cariñosamente su amigo Luis (por el apodo de su abuela), pasa el tiempo cuidando de su casa, cocinando, ayudando a sus vecinos, bordando, haciendo manualidades, dando largos paseos y conversando con sus amigas de la vida que vivieron, de los achaques y de los momentos buenos que pasan cuando el pueblo se llena de seres queridos en verano.
Juaquina parece no haber perdido la inocencia todavía. La vida, que le robó una infancia y juventud, le ha podido encoger el alma muchas veces pero no le ha amargado. Sigue siendo alegre y positiva como un niño. Nunca fue a la escuela pero ha sabido sacar la sabiduría que da la vida a las personas que observan todo y aprenden de sus errores.
La historia de Juaquina es como la de otras tantas gentes de su edad de Noguera y de toda España. Ellas y ellos han trabajado duro para levantar a sus familias y poder darnos un mundo mejor. Estos "héroes anónimos" no estarán con nosotros mucho tiempo, así que mejor les devolvemos un poquito del reconocimiento, agradecimiento y respeto que merecen.
Fueron 4 cortas horas disfrutando de su mirada traviesa, de su dulce voz, su bondad de alma, su serenidad, sus muchas sonrisas, alguna risa y hasta una lágrima, compartida... Cuatro horas que parecieron 4 minutos.
Un poeta dijo “solo se envejece cuando no se ama”. Y Juaquina es joven. Una joven de 81 años.
Gracias por todo. Eres admirable, Juaquina.



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